martes, 15 de enero de 2008

Tenis | Open de Australia OPEN DE AUSTRALIA TENNIS

Rafa Nadal sufre pero sabe sobrevivir.

Supervivencia. Sobrevivir. La primera ronda de un Grand Slam, en Australia, París, Wimbledon y no digamos Nueva York, es cosa de supervivientes puros. Lo que es Rafael Nadal Parera. Lo que no son, por ejemplo, Carlos Moyá y Andy Murray. Nadal Parera sufrió el tiroteo encarnizado de Troicki, otro joven serbio superviviente de las cosas que pasaron en Belgrado a finales del Siglo XX. Pero, por alguna razón metafísica, Nadal Parera, Don Rafael, es sobreviviente entre sobrevivientes. Más aún: Nadal se sobrevive a sí mismo. ¿A sí mismo? ¿Cómo se hace eso? Fácil: con el paso de los años, Nadal está reinventándose. No tiene más remedio. Cierta peligrosa cicatriz en cierta fractura en el pie ha hecho que el joven de Manacor y su entorno adopten precauciones supremas. Todo va encaminado a que la mina de oro que es el tricampeón de Roland Garros no se agote antes de tiempo.

Condimentado con la experiencia, el oficio y el paso del tiempo, el resultado es un Nadal más sabio. Razonable. Quizá, más técnico. En ciertas cosas, bastante mejor jugador. Pero ya no es la ardilla atómica balear que asombraba al mundo, amunicionada con pilas alcalinas, recorriendo las cuatro esquinas de cada pista en cada rincón del planeta.

Seguramente, ha desaparecido el ardiente Nadal juvenil que pasó al galope sobre Andy Roddick en la tierra esponjosa de Sevilla, en la final de la Davis 2004. Lo que ahora se va a encontrar Roddick, si se encuentran en Melbourne, es un sujeto más listo y rodado, con más recursos. No una locomotora. Nadal ha pulido saque, el juego de ataque y angulaciones, en busca de no tener que pagar a su cuerpo aquellos cheques que Andre Agassi anunció que llegarían con el paso del tiempo.

Y, por esa habilidad natural que le viene de una información genética privilegiada, y tras cientos de horas de reconversión a las órdenes de Tío Toni y el doctor Ruiz Cotorro, Nadal, sobreviviente en sí mismo, sobrevivió a los tiros pesados de Troicki. El chico de Belgrado tuvo opciones serias en los dos primeros sets (incluso un 2-4 favorable en el segundo) pero, cuando se doblaban las dos horas de partido, ya había perdido esas dos mangas iniciales, 7-6, 7-5, y se estaba despidiendo de Australia. El tercer set, de trámite. Con el instinto astuto del superviviente, Nadal había esquivado el mismo destino que devoró a Moyá y Murray, y que le hacía guiños desde las fronteras aborígenes, tierra, agua y fuego, del Rod Laver Arena. En esa pista azul del Arena, y en cualquier pista de tenis, Nadal es un aborigen, juega en su medio, su hábitat: por eso sobrevive.

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